Después de preparar el café y de haberle
dado de comer a sus mascotas, Alejo partió en dos la cortina de la ventana y
volvió a la cama. Era el último día de sus vacaciones. Mirando lejanías, se
quedó pensativo en medio de la semioscuridad. Cuando regresó a la realidad la
vio, estaba de medio lado y con la pierna izquierda doblada. Vista desde otro
ángulo, podía asegurarse que tenía las piernas abiertas sin ningún pudor.
Alejo, la acarició primero con la
miraba; después y abstraído, recorrió con sus grandes manos su inerme pierna,
pero sus dedos se adelantaron para hurgar entre sus nalgas y la humedad de su sexo.
Agradada por la habitual suavidad de aquellas manos, un recóndito suspiro se
hizo escuchar para terminar en una sonrisa aún dormida.
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